
EL Cambio nos llevó al DESCOMICE(Cuando una sola comida al día se convierte en el “desayuno, comida y cena” de miles de familias dominicanas)

Por Francisco Luciano
Era una tarde calurosa en el barrio de Santo Domingo, donde el sol se negaba a bajar y el aire olía a tierra seca y humo de fogones lejanos. José Corcino, un hombre de unos 45 años con las manos callosas de tanto trabajar en la construcción, se sentó en el colmado de la esquina con sus amigos de toda la vida: Maclen, el mecánico del taller vecino, y Chichi, el vendedor ambulante que recorría las calles con su carrito de frutas. Los tres habían crecido juntos, compartiendo risas, cervezas y, ahora, las amarguras de la vida cotidiana. José traía el rostro ensombrecido, como si cargara el peso del mundo en sus hombros. Pidieron tres mabíes, pues ya no estaban en condiciones de bajarse sus cervecitas frías como antes, y comenzaron a hablar, como siempre, de lo que les dolía el bolsillo y el alma.
José: Muchachos, no sé cómo empezar esto, pero estoy que me muero de la pena. Mi familia… ay, Dios mío, ya no podemos ni con las tres comidas del día como antes. ¿Recuerdan cuando éramos pelaos y nuestras madres nos daban desayuno en la mañana con café y pan, comida al mediodía con arroz, habichuelas y pollo, y cena de noche con algo ligero pero sustancioso? Pues eso se acabó en mi casa. Ahora, solo podemos permitirnos un «descomice». ¿Saben qué es eso?
Maclen: ¿Un descomice? Suena como algo inventado, José. Cuéntame, que yo también estoy apretado, pero no he oído eso.
José: (Suspirando profundamente, con los ojos vidriosos) Es una sola comida que cocina mi mujer entre las 4:30 y las 5:00 de la tarde, para que esté lista entre las 6:30 y las 7:00. Y esa comida tiene que servir de desayuno, comida y cena todo en uno. DES-CO-MI-CE, hermano. Imagínense: un plato de arroz con un poquito de pollo si hay suerte, o solo habichuelas aguadas, y eso es todo para el día. Mis hijos me miran con esos ojos grandes, preguntando por qué no hay más, y yo… yo me siento un fracaso como padre. No es solo hambre, es la dignidad que se va por el desagüe.
Chichi: (Asintiendo con la cabeza baja, golpeando la mesa suavemente con el puño) José, te creo cada palabra. En mi casa pasa lo mismo. Antes vendía frutas y con eso alcanzaba para comprar arroz, huevos, aceite… hasta un cafecito de postre para endulzar la vida. Ahora, todo ha subido al cielo. El arroz que costaba 20 pesos la libra ahora está en 40 o más. La carne de pollo, ni hablar, es como si fuera filete de res. Las habichuelas, los huevos, los espaguetis, hasta la sal y el aceite de cocina parecen artículos de lujo. Y el café, ay mi madre, ese que nos reconfortaba después de un día duro, ahora lo miramos como si fuera champagne. ¿Cómo carajo vamos a sobrevivir así?
José: Exacto, Chichi. Y todo esto por culpa de este desgobierno que tenemos. Prometieron cambio, prosperidad, que bajarían los precios y ayudarían a los pobres como nosotros. Pero ¿qué han hecho? Nada más que dejar que la carestía nos ahogue. Los precios suben y suben, y ellos en el palacio con sus banquetes. Me arrepiento tanto de haberles dado mi voto… (Su voz se quiebra, y se pasa la mano por la cara para ocultar una lágrima). Pensé que serían diferentes, que nos sacarían del hoyo. Reflexionando ahora, veo que fui un tonto. Voté por promesas vacías, y mira lo que nos trajeron: familias enteras comiendo una vez al día, niños con hambre, y un futuro que se ve más negro que el café que ya no podemos comprar.
Maclen: (Con tono reflexivo, mirando al horizonte) Tienes razón, José. Yo también voté por ellos, creyendo en ese «cambio» que tanto gritaban. Pero ¿qué cambio? El cambio en nuestros bolsillos, que ahora están vacíos. En el taller, la gente ni repara los carros porque no tiene con qué pagar, y yo mismo en casa estoy racionando todo. Mi mujer me dice: «Maclen, hoy solo guisamos para la noche, y que sirva para mañana». Es un drama, una verdadera calamidad. Me siento culpable, arrepentido hasta los huesos. Si pudiera volver atrás, votaría por alguien que de verdad entienda el sufrimiento de la gente humilde, no estos que nos vendieron ilusiones. ¿Cómo hemos llegado a esto? Es como si el gobierno nos hubiera olvidado, o peor, nos estuviera castigando por ser pobres.
Chichi: (Apoyando el hombro de José) Hermano, no estás solo en esto. Todos estamos en el mismo barco que se hunde. Reflexionemos: ¿qué podemos hacer? Tal vez unirnos, hablar con más gente, presionar para que bajen los precios. Pero mientras tanto, compartamos lo poco que tenemos. Nuestra sincera amistad y la esperanza de que el mañana todo será mejor. Pero sí, me arrepiento de corazón por ese voto. Fue un error que nos cuesta el pan de cada día.
Los tres se quedaron en silencio por un momento, sintiendo el peso de sus palabras. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de un rojo que parecía reflejar su ira y tristeza. En ese diálogo, no solo compartieron su dolor, sino también una promesa implícita de no repetir los mismos errores, para no dejarse llevar de espectáculo mediáticos ni anuncios engañosos y menos de propuestas demagógicas. La economía popular los había unido en la miseria, pero también en la esperanza de alcanzar un cambio real, en un futuro no lejano.
El autor es docente universitario y dirigente político