
El comunicador es un puente, no un muro

En un mundo saturado de información y estímulos, el comunicador se enfrenta a la disyuntiva de alimentar su vanidad o de servir con ética a la ciudadanía.
Por: Lely Reyes
Al elegir ser comunicador, uno asume una gran responsabilidad: la de ser un puente entre la sociedad y la verdad. Sin embargo, ese camino viene acompañado de tentaciones que apelan constantemente al ego. En un mundo saturado de información y estímulos, el comunicador se enfrenta a la disyuntiva de alimentar su vanidad o de servir con ética a la ciudadanía.
Cada día surgen nuevos nombres en el universo de la comunicación. Rostros frescos, voces distintas, estilos innovadores que logran conectar con distintos segmentos de la población. Algunos lo hacen desde el entretenimiento, otros desde la denuncia, la opinión o el análisis. Y aunque no siempre compartamos sus formas, es innegable que logran captar la atención de una parte importante del público.
Pero, junto con su ascenso, también emergen las voces críticas. Voces que intentan descalificar a estos nuevos comunicadores, cuestionando su talento, su credibilidad o su estilo. Se les tilda de “enganchados” o “pegados”, como si el éxito o la conexión con la audiencia fueran motivos de sospecha o desdén.
El acto de descalificar suele tener su origen en el ego: en esa sensación de sentirse superiores o guardianes de una pureza comunicacional que, en realidad, pocas veces ha existido. Quien comunica con arrogancia olvida que el verdadero rol del comunicador no es imponerse, sino conectar; no es competir, sino servir.
Ser comunicador es tender puentes: entre los hechos y la ciudadanía, entre la información y la comprensión, entre la realidad y la conciencia colectiva. Nuestro deber no es solo informar, sino contribuir al desarrollo positivo de las personas, inspirar pensamiento crítico y promover el entendimiento social.
Mal informar, tergiversar o manipular la información, especialmente cuando se hace de forma consciente, es levantar muros. Muros de desconfianza, de desinformación, de desunión. Y esos muros no solo afectan a quienes nos escuchan, sino que nos alejan del propósito esencial de la comunicación: construir una sociedad más consciente, más libre y mejor informada.
Un buen comunicador no se mide por la cantidad de seguidores, sino por la calidad de los puentes que construye. Porque comunicar no es gritar más fuerte, sino llegar más profundo.
Hoy más que nunca, el desafío es recordar que el comunicador es un puente. No un muro.
Lely Reyes, es director de portadaoeste.com. técnico en periodismo digital (Infotep)


