Una decisión políticamente estratégica, responsable y visionaria.

En el dinámico escenario político dominicano, donde las narrativas mediáticas a menudo se tejen con hilos de oposición ideológica, es imperativo discernir entre las genuinas inquietudes y las maquinaciones deliberadas. Aquellos comunicadores y opinadores que tradicionalmente han erigido una agenda de confrontación contra el doctor Leonel Fernández y el Partido Fuerza del Pueblo, insisten en augurar nuestro fracaso con un coro unívoco de "preocupaciones".

Por Francisco Luciano.

En el dinámico escenario político dominicano, donde las narrativas mediáticas a menudo se tejen con hilos de oposición ideológica, es imperativo discernir entre las genuinas inquietudes y las maquinaciones deliberadas. Aquellos comunicadores y opinadores que tradicionalmente han erigido una agenda de confrontación contra el doctor Leonel Fernández y el Partido Fuerza del Pueblo, insisten en augurar nuestro fracaso con un coro unívoco de «preocupaciones». ¿Quién les otorgó el derecho de dictar las decisiones estratégicas de un partido soberano? ¿Acaso un colectivo político debe doblegarse ante comentarios elaborados en los oscuros cuarteles de guerra de sus adversarios, y regurgitados por una jauría de analistas que, bajo el manto de defender «derechos» individuales, buscan pintar a nuestra organización como antidemocrática y fracturada?

La verdadera intención de estas intervenciones no reside en salvaguardar el ascenso de un compañero como Lucas o Juan Mejía a un organismo partidario específico. No: el objetivo es más profundo y destructivo. Se trata de erosionar la marca Fuerza del Pueblo, denostar el liderazgo visionario del doctor Fernández y, en los casos más burdos, ridiculizarnos con premisas fabricadas al por mayor. Estos ataques apelan a las emociones colectivas, pretendiendo desmotivar a nuestra militancia al retratar a la dirección como tramposa, manipuladora o incluso como «heces fecales» —en las palabras vehemente del ilusionista matutino que, con ínfulas de superdotado, interviene en programas populares para sembrar discordia. Es una táctica clásica: no debatir ideas, sino avivar pasiones para debilitar la cohesión interna.

Este patrón no es novedoso; es una sinfonía repetida de la oposición mediática. En el pasado más dilatado, nos tildaron de tener un líder sólido pero carente de estructuras orgánicas que lo sustentaran. Luego, clamaron por un secretario general que no fuera el incuestionable Antonio Florián, y exigieron un candidato presidencial diferente al doctor Fernández. En cada giro, según ellos, erramos en todo: somos «equivocados» por definición. Lloran lágrimas de cocodrilo por nuestras supuestas «injusticias», pero en realidad interpretan el rol de las plañideras contratadas en los funerales de los poderosos: un lamento fingido para enterrar prematuramente nuestra vitalidad. Lo cierto es que estas críticas no brotan de un compromiso ético, sino de un cálculo cínico: deslegitimar nuestra solidez y proyectar una imagen de caos que beneficie a sus aliados.

Frente a este asedio, las acciones de la Fuerza del Pueblo no responden a caprichos ni a presiones externas, sino a una visión estratégica inquebrantable. Tomemos el caso reciente de la cooptación de miembros a la Dirección Política: esta decisión no es un acto arbitrario, sino un ejercicio de pragmatismo iluminado por el sentido de oportunidad y la ley inexorable de la necesidad. En un contexto de desafíos nacionales crecientes, el partido debe consolidarse como una entidad cohesionada, con la capacidad de responder a la altura de las demandas del pueblo. Seleccionar a un grupo limitado de compañeros —entre muchos que ostentan méritos indiscutibles— no implica desmeritar a los demás; es, simplemente, priorizar la efectividad para implementar las grandes acciones que nos aguardan en el corto y mediano plazo. El tiempo, como siempre, será el juez supremo y corroborará la sagacidad de esta elección, revelando cómo fortalece nuestra maquinaria para el triunfo colectivo.

La Dirección Central, en un acto de confianza absoluta, delegó en el líder y una comisión especializada la responsabilidad de discernir lo oportuno. Cumplir con esa tarea no fue una opción; fue un imperativo. El error real habría sido la parálisis: no actuar por temor a disgustar a los detractores o complacer a los indiferentes. Nuestra meta no es navegar por las aguas turbias de la popularidad efímera, sino focalizarnos en la conquista del poder político. Y aquí radica la esencia de nuestra misión: el poder no es un fin en sí mismo, sino un medio noble y transformador. Alcanzarlo nos permitirá conducir la República Dominicana por senderos de desarrollo integral, progreso equitativo y bienestar para todos los dominicanos. Fuera de este horizonte, nada —ni las críticas ni las «preocupaciones» ajenas— puede reclamar prioridad en nuestra agenda.

En última instancia, expresamos nuestra profunda gratitud a aquellos que, con sus opiniones interesadas y críticas contaminantes, inadvertidamente nos robustecen. Cada intento de fractura resalta, en cambio, la solidez de nuestra unidad de propósitos. A la militancia de la Fuerza del Pueblo y a la opinión pública progresista les decimos: discernamos con claridad, unámonos con convicción y avancemos con la certeza de que nuestra estrategia no solo nos llevará al poder, sino que lo ejercerá para el bien eterno del pueblo. La historia nos vindicará, y el futuro nos acogerá como arquitectos de un destino compartido.

El autor es dirigente de la Fuerza del Pueblo.

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